María Laura Moscato fue trasplantada hace un año y medio y eso cambió su vida. Hoy profundiza su compromiso de crear conciencia sobre el tema.
«Pienso mucho en mi donante, todos los días desde el primer día». Quien lo dice tiene sus motivos: María Laura Moscato recibió un riñón hace un año y medio y ese trasplante cambió su vida. Tanto la cambió que para ella fue como volver a nacer. Hoy, cuando se celebra el Día del Donante de Órganos, Moscato no sólo recuerda al «ángel» que le salvó la vida: también se esfuerza por crear conciencia sobre la importancia de la donación y asiste a quienes esperan un trasplante y a quienes ya lo recibieron.
Moscato padecía una insuficiencia renal severa. La enfermedad se le declaró en 2014, pero su origen estaba en una patología infecciosa que la atacó cuando tenía 9 años. Siguió la evolución más o menos previsible y en algún momento la obligó a someterse a diálisis. El 26 de octubre de 2015 le trasplantaron el riñón de un donante joven y muy pronto se recuperó. Hoy hace vida normal y se puede dar el gusto de recordar la anterior como una etapa dura que le sirvió para madurar.
Tal vez por eso, es una mujer comprometida con la vida, incluso desde cuando no sabía qué pasaría con la suya. Ya antes del trasplante, cuando esperaba el suyo, trataba de generar conciencia sobre la importancia de la donación de órganos. Hoy esa vocación se profundizó y es una de las cosas que más la movilizan.
«Ser beneficiaria de un trasplante me obliga a este compromiso, el de cuidar mi vida y el órgano que recibí. Y también me obliga a tratar de crear conciencia sobre la necesidad de que todos seamos donantes». Moscato complementa su reflexión con un dato: en el país, informa, hay 8.000 personas que están esperando un trasplante.
Para darle forma a ese compromiso creó un grupo de WhatsApp. Se llama «Aferrados a la vida» e incluye a personas trasplantadas y otras que están en lista de espera. La idea es apoyarse entre ellos, asistirse frente a sus temores, tenderse una mano. «Intento que todos sepamos que detrás de cada uno de nosotros siempre habrá otro para lo que haga falta», dice.
A veces el apoyo consiste simplemente en un diálogo, pero en otras ocasiones es más concreto. Por ejemplo, cuando las obras sociales demoran en aprobar un medicamento. Entonces el grupo se moviliza para conseguirlo como sea. Moscato incluso milita la solidaridad más allá del intercambio que permite un mensaje a través de WhatsApp: cuando conoce el caso de alguien que espera un trasplante va a visitarlo, y también a los recién trasplantados. «Trato de que entiendan que todo lleva tiempo, que el órgano recibido tiene que acostumbrarse a nosotros y nosotros a ese órgano», cuenta.
Lo que más la moviliza, sin embargo, es lograr que más personas se conviertan en donantes. «Aunque la ley dice que todos los somos a menos que expresemos la voluntad de no donar, es importante que hagamos lo contrario: que todos digamos que queremos ser donantes», afirma. Dice que donar un órgano es el acto de amor más grande que puede expresar un ser humano, porque permite prolongar la vida de otro.
En paralelo, tanto ella como su marido, Javier Vinciguerra, y los demás integrantes del grupo, trabajan para crear señales de compromiso y conciencia sobre la importancia de donar órganos.
Y en ese sentido repite una frase que ya le dijo a La Capital el 25 de octubre de 2015, cuando todavía esperaba un riñón y no soñaba con que al día siguiente aparecería un donante: «Todos tenemos más posibilidad de necesitar un trasplante que de ser donantes», afirma.
Junto con ese sentimiento, Moscato expresa otro: «Cuando recibimos un trasplante, el donante recibe alas». Para ella, quien le donó un riñón es un ángel y dice que piensa en esa persona y en su familia cada día. «A ambos les agradezco a cada instante», confiesa.
Mensaje de esperanza. María Laura, quien fue trasplantada, y su marido.