“Me llamo Luis, aunque para lo que vengo a contar poco importa. Nací el 3 de octubre de 2017 con un trasplante renal. Te escribo a ti, que estás recorriendo la más larga travesía, a ti, que estás rendido y casi agotado, a ti, que aún no has nacido”.
«Todo es más fácil con una sonrisa. Esta frase me ha acompañado durante gran parte de mi vida; especialmente en los momentos en los que no me apetecía sonreír. Parece una contradicción, lo sé, pero cuando te enfrentas a situaciones que sobrepasan tu voluntad, es, precisamente, tu voluntad lo que debe marcar la diferencia.
No tiene ni 30 años y ya ha vivido en primera persona el dolor, el sufrimiento, las malas noticias, la vida conectada a una máquina… y también la luz. La de Luis (@luis_vendrellf ) es una de las 5.259 historias que en 2017 convirtieron a España en el país líder en trasplantes por vigésimo sexto año consecutivo.
Su testimonio, su forma de convivir con la enfermedad, es un aliento para quien esté sufriendo; ese canto al ‘sí que puedes’ que necesitan oír quienes creen agotadas sus fuerzas. Esa sonrisa de la que habla Luis es verdad. Quienes le conocen lo han visto. Han visto su sonrisa y su dedo pulgar en alto, con ese gesto de ‘todo muy bien’ incluso cuando todos sabían que nada estaba bien.
Ese 3 de octubre de 2017 también es verdad. Una llamada para él que se convierte en una cadena de llamadas. Familia, amigos, chats de whatsapp. En menos de una hora todos saben que hay un riñón para Luis. Su trasplante; su volver a nacer, es la mejor forma de convencer a cualquiera de que morir siendo donante de órganos es morir de otra manera.
Esta es su historia:
Nací, no recuerdo cuándo, con un problema renal. Mis riñones estaban inflamados a consecuencia de una obstrucción de mis uréteres. En ese momento no estaba claro que fuera a salir adelante; tanto es así que mis padres, criados ambos en una estricta tradición católica, hicieron que me dieran el agua de gloria (algo similar a la extrema unción); con lo que no contaban es con que ese bebé quería vivir. En fin, la situación se solventó avocando los uréteres a piel, de forma que hacía pis por el costado.
A consecuencia del problema con el que nací mi niñez siempre ha estado marcada por la enfermedad: revisiones constantes, pruebas poco propias para los niños y operaciones tan variadas como frecuentes. Debo reconocer que los únicos recuerdos de mi niñez que conservo son felices, que no puedo usar otra palabra para describir mi infancia que no sea alegría y que el sentimiento que más percibí fue amor. El amor más incondicional que existirá jamás: el amor de mis padres. Ha sido el amor el hilo conductor de mi vida y la alegría mi mejor defensa.
En la adolescencia tuve que volver a someterme a múltiples operaciones. Mi problema había vuelto, y con más fuerza que nunca. De nuevo, mis uréteres se obstruyeron, de nuevo, múltiples intervenciones. Laparoscopia, cirugía invasiva, cirugía mayor ambulatoria, entre otros, fueron los conceptos que aprendí gracias al regreso de lo que hubiera sido una pesadilla si no fuera por el amor y la alegría.
Pero ocurrió algo contra lo que ni el amor ni la alegría podían luchar. En una de las intervenciones a las que fui sometido apareció un polizón: una infección que se desarrolló hasta convertirse en septicemia. En este momento, de nuevo, las ganas de vivir de ese chaval de 17 años en el que hoy prácticamente ni me reconozco, me salvaron. Pero el daño ya estaba hecho… Afectó tanto a mis ya dañados riñones que todo se apresuró hacia el abismo. Mi capacidad renal, ya muy disminuida, menguaría cada vez más. Aprendí un nuevo concepto: diálisis; esa sombra que me perseguiría amenazante hasta conseguir atraparme en sus garras. Si existe la sombra, la oscuridad, es porque existe la luz. Siempre hay que buscar esa luz. En mi caso, fui iluminado por mi familia, los mejores amigos que jamás se podrán tener y por una fuerza interior que me obligaba a no rendirme.
Y de repente la bombilla se fundió.
Jamás olvidaré una fecha: 24 de mayo de 2015. Hay muchas fechas que marcan tu vida en lo emocional: el día de tu graduación, el día que te enamoras por primera vez, etc. Pero pocas fechas condicionan tu vida tanto emocional como físicamente. Una fecha, 24 de mayo de 2015, en la que empezaría una larga travesía. La sombra que me había perseguido desde los 17 años consiguió alcanzarme. Ese día, 24 de mayo de 2015, recibí, estando en la oficina, la peor llamada: entré en el programa de hemodiálisis del Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda. Desde ese día, 24 de mayo de 2015, mi vida empezó a depender de una máquina.
Mi forma de vida había cambiado radicalmente. Es difícil explicar lo que se siente cuando te limitan tanto. Por poner un ejemplo que el lector pueda entender: trasladémonos al mes de julio en Madrid. Calor, mucho calor. Ahora imaginemos que no está permitido beber más de un vaso, de unos 200 mililitros, de líquido. Sed, mucha sed. Pero no es ésta la única limitación que existe: la alimentación es muy restrictiva, la actividad física controlada, el estado físico nada óptimo, la capacidad de viajar casi inexistente y el tiempo, ese gran subestimado, completamente acotado por las cuatro horas al día de sesión. Ahora pensemos en que esto le pasa a una persona con 27 años…
Pero esa sombra no venía sola. Tuvieron que practicarme una nefrectomía, un nuevo concepto que aprendía gracias a la enfermedad. Y poco después me detectaron una enfermedad rara denominada Síndrome Hemolítico Urémico Atípico (mi organismo destruye mi propia sangre, por decirlo resumido). Tercera vez en la que, a pesar de todo, salí adelante por unas ganas inquebrantables de vivir.
El 05 de enero de 2017, otra fecha que sí recuerdo, pasé de hemodiálisis a diálisis peritoneal. Esto implicaba un discreto aumento de la libertad en cuanto a la ingesta de líquidos, una ligera mejora de la capacidad de viajar y, en general un leve incremento de la calidad de vida. Al menos, ya no tenía que ir al hospital 4 horas al día 3 días en semana; a cambio, tenía que conectarme a una máquina entre 9 y 10 horas al día. Evidentemente, aprovechaba las noches.
Bombillas fundidas, sombras, oscuridad… Un cóctel peligroso. No obstante, es por la noche, cuando todo está oscuro, cuando se empieza a soñar. Del mismo modo, fue en ésta época cuando descubrí más sobre mí mismo de lo que jamás habría pensado. Fue entonces cuando empecé a distinguir lo que es realmente importante de lo que no. Fue el momento en el que más amé y más fui amado.
En este punto vital acuñé la frase con la que he empezado este artículo: Todo es más fácil con una sonrisa. Sonreía cuando me esforzaba en salir con mis amigos para no perder contacto, aunque no me encontrara bien; sonreía cuando mi familia me preguntaba cómo estaba, sonreía cuando me sentía solo y abatido, sonreía con cada plan en el que no podía participar, sonreía cuando iba a trabajar casi con total normalidad (llevándome, incluso, el portátil a la sala de diálisis para no interrumpir mi labor por culpa de la enfermedad), sonreía por no preocupar a nadie, sonreía cuando estaba a punto de derrumbarme; en definitiva, sonreía porque tenía motivos para sonreír: mi novia, mi Maca, ella es luz. Mi hermana, Esperanza, poco más que decir con ese nombre. Mi otro hermano sin serlo, Dani. Mis padres, siempre al pie del cañón. Mis amigos, el CS, más que amigos son hermanos. La empresa en la que trabajo, siempre respetando mis tiempos. Y yo mismo, resistencia y positivismo, me he mantenido a flote. Nunca me he dejado vencer por la enfermedad.
Lo curioso de la oscuridad es que se define como ausencia, o falta de luz. No tiene definición por sí misma. Llegó otra fecha, otra de las que condicionan tu vida física y mentalmente, otra de esas fechas que no se olvidan: 3 de octubre de 2017. Y con ella, otra vez en la oficina, llegó otra llamada. El 3 de octubre de 2017 mi larga travesía llegaba a su fin. Había un riñón compatible conmigo, mi riñón, mi retorno a la libertad, mis alas, mi regreso a la realidad. Ese día, 3 de octubre de 2017, la luz llegó para quedarse.
Me llamo Luis, aunque para lo que vengo a contar poco importa. Nací el 3 de octubre de 2017 con un trasplante renal. Te escribo a ti, que estás recorriendo la más larga travesía, a ti, que estás rendido y casi agotado, a ti, que aún no has nacido.
Sé que el horizonte parece inalcanzable, soy consciente de que sientes que no tienes fuerzas para seguir, conozco tu sensación de soledad. No intentes alcanzar el horizonte… ponte metas que cruzar. No desistas, apóyate en los que te quieren; ama mucho y deja que te amen, pero sobretodo busca en tu interior la fuerza para continuar; está ahí, oculta, deseando que la encuentres. Sólo estás solo si quieres estarlo; busca quien te pueda entender… No va a ser tu familia, ni tus amigos, ni tu pareja, ni tu entorno en general; ellos te aman pero si no lo viven nunca sabrán por lo que estás pasando. Hay quien sí lo sabe.
No te entregues a la enfermedad. Esfuérzate en mantener tus hábitos de vida (dentro de lo posible), disfruta de pequeños placeres y valora todo lo que tienes por encima de lo que no tienes. Sobretodo, no olvides que la vida siempre merece la pena, merece la pena pelear por conservarla, luchar por mejorarla y combatir por vivirla.
Cuando la luz se apague y todo esté en penumbra, entonces, sueña. Cuando tus sombras te alcancen y no puedas ver a tu alrededor, entonces, tan sólo camina. Cuando no puedas más y caigas rendido al suelo, entonces, levántate, en el fondo sabes que puedes hacerlo. Cuando seas golpeado, entonces, aprende a esquivar los golpes. Cuando te sientas solo, entonces, piensa en mí.
Te regalo mi frase: Todo es más fácil con una sonrisa. Esta frase te va a acompañar durante gran parte de tu vida; especialmente en los momentos en los que no te apetezca sonreír. Parece una contradicción, lo sé, pero cuando te enfrentas a situaciones que sobrepasan tu voluntad, es, precisamente, tu voluntad lo que debe marcar la diferencia”.
Twitter de Luis Vendrell: @luis_vendrellf