Mercedes, crónica de una donación tras la eutanasia: «Tengo unos órganos maravillosos que darán calidad de vida a algunas personas»

Mercedes Morales eligió morir tras saber que tenía una variante de la ELA. Como ella, 74 personas a las que se les aplicó la eutanasia decidieron donar sus órganos, lo que hizo posible 208 trasplantes. La mujer dejó escrita una despedida: «Háganse donantes, un poquito de empatía con los que todavía tienen esperanza nunca viene mal»

o que más claro tenía Mercedes Morales en la vida era la devoción por esa madre suya que enviudó pronto, el amor por su perro adoptado Scooby, la importancia de reírse. Esa forma de ser ejemplar de la hija mayor introvertida que siempre estaba pendiente de sus hermanos.

Lo que más claro tenía Mercedes Morales en la vida era la muerte.

Lo supo nada más ser diagnosticada en 2019 de una variante de la Esclerosis Lateral Amiotrófica y escuchar que a lo sumo serían cinco o seis años más. Que todo se iría desencadenando poco a poco como luego se desencadenó. No poder caminar. No poder deglutir. No poder hablar. No poder. No pod… No p… No… N…

Así que, antes de perder hasta la última letra, Mercedes ya había dejado escrito cómo quería morir, pero también que otros vivirían gracias a ella. Que a ella le esperaba la sombra de la muerte, pero que ella encendería un montón de luces con su decisión.

Dos del dos de 2022.

Aquel día en que le aplicaron la eutanasia en el Hospital de la Candelaria (Santa Cruz de Tenerife), estuvo encamada y acompañada en una estancia especial donde no se permitían más de 15 personas. Su madre. Los hermanos. Los cuñados. Los sobrinos. Fueron cinco horas juntos. Cuatro inyecciones que le fueron administrando. Cuentan que rio. Y que no paraba de hablar. Y que recordaron cosas de cuando eran más jóvenes. Y que quiso hacerse muchas fotos. Y que, antes de salir de casa, le había pedido a su madre que le hiciera una trenza.

Porque Mercedes no sólo quería donar sus pulmones, y sus riñones, y su corazón, y su aparato digestivo, y su páncreas, y sus huesos, y esas córneas por las que estuvo viendo el mundo 47 años.

Mercedes también quería donar su pelo. Ese que recogen para hacer pelucas destinadas a enfermos de cáncer sin recursos.

-Hazme una trenza antes de irnos, mamá -me dijo-. Hay que donarla en forma de trenza.

Y la madre se la hizo mientras lloraba.

Una melena preciosa.

Y una hija que también.

Esa era Mercedes.

MERCEDES

En el trance más complejo, en el momento más trascendente, esa altura cósmica de no pensar solo en una misma. En la que ya no va a ser. Sino en los que todavía tienen posibilidades de seguir siendo. Ese último arreón de dignidad. Decirse: «Yo no, pero ellos sí».

Desde que la ley de eutanasia fue aprobada en España en marzo de 2021 hasta el mes de julio pasado, 74 personas que pidieron que se les aplicara también decidieron que no morirían en vano: donaron sus órganos y posibilitaron 208 trasplantes.

Como Mercedes.

Ella es solo una más de las 74.

Pero también podemos decir que es una chica que ahora mismo corre para coger una guagua en La Palma. Y un hombre que ha vuelto a respirar en Zamora. Y -por qué no- un corazón que late en un pecho de Coruña. Y una madre que ya no necesita estar conectada a una máquina de diálisis. Y una niña enferma de cáncer que, por fin, se ve guapísima frente al espejo con su nuevo pelo.

Todas las biografías de Mercedes empezaron en una.

Hija de José Morales, conserje de un colegio en Arona, y de Faustina González, limpiadora; Mercedes nació en Tenerife y fue la mayor de cuatro hermanos. En su familia recuerdan su «fuerte personalidad», «su amor por los animales», «su carácter introvertido» y «su predisposición a ayudar a las amigas siempre que se lo pedían».

A los 14 años se va a estudiar al IES La Laboral de La Laguna gracias a una beca, porque en aquella casa el dinero no sobra. La chica acaba su Secundaria y se forma en contabilidad comercial. Regresa aquel culo inquieto. Vienen más estancias fuera: Fuerteventura, pequeños trabajos, más cursos. Su empleo como administrativa. La madurez. Los viajes a Estambul y los cruceros con Faustina: su madre, que no es que no haya salido nunca al extranjero, es que ni siquiera ha salido a la península. Su vida en pareja con un hombre que acabaría huyendo con la enfermedad. Lo que podía ser una bahía con hermosas vistas o un buen final.

Pero no.

Hasta que se va la buena salud y viene nuestro reportaje.

«Tenía 43 años cuando empezó a quejarse de las manos en el trabajo. Me decía que se le dormían», cuenta su hermano José. «Ella creía que era de estar sentada y parada. Fue a ver al médico de cabecera y no le detectaron nada. Y con el tiempo aquello fue a más».

«Comenzaron a aflojársele las piernas. No ponía bien los pies. Se caía. Me enseñaba las heridas de las caídas», prosigue Faustina, su madre. «En Canarias no le decían nada. Así que se fue por su cuenta a Pamplona en 2019. Y allí le dijeron lo que tenía. Un año habían tardado en encontrárselo».

Mi hermana no quería quedarse con la mente por un lado y con el cuerpo por otro… Si no iban a estar las dos partes unidas, tomaría La DecisiónJosé, hermano de Mercedes

Entonces, un mal día, da con su cuerpo en el suelo y se rompe el fémur. Es una manera de volver al útero: abandona su vivienda en Arona, repleta de escaleras, y se instala junto a su madre en la casa familiar de Charco del Pino (Granadilla de Abona). Fueron casi dos años de convivencia. Hasta el final estarán juntas. Hasta el final, sufrirán y disfrutarán codo con codo la madre viuda y su hija mayor.

Su madre, Faustina: «Al principio perdió el movimiento, luego la voz, dejó de hablar bien, de manejar las manos, de caminar, de levantarse, a veces tenía muchos dolores por la noche, teníamos que llamar al médico, se le agarrotaban los brazos y las piernas y nos poníamos las dos a llorar porque no sabía qué hacer, me sentía inútil».

Su hermano José: «Cuando Mercedes empezó a conocer su enfermedad, tenía muy claro que no quería quedarse con la mente por un lado y con el cuerpo por otro… Si no iban a estar las dos partes unidas, si esto iba a fallar, tomaría La Decisión».

LA DECISIÓN

Al principio, cuando todavía la eutanasia no era legal en España, estuvo pensando en viajar a Suiza para poder morir en paz.

Se lo contaba a José. Eso y todo lo demás le contaba. Lo que suponía la enfermedad, lo de cómo acabaría, lo que rumiaba, la voluntad de donar, la fabulación de cómo sería la vida de muchos si aprovechasen todo eso que a ella no le iba a servir.

A Faustina se le acumularon dos horrores: no acababa de entender lo significaban aquellas tres letras que nunca había escuchado (ELA) y, como católica -cuenta-, no quería ni oír hablar de eutanasia.

«A todos les costaba comprender aquello. Hasta que las piezas fueron encajando», concede José. «Creo que, cuando vives algo así con un familiar, te aferras a la persona porque eres egoísta. Quieres tener a esa persona cuanto más tiempo mejor y no piensas en ella. Hasta que entiendes que tienes que dejarla marchar«.

Me decía: ‘Mami, tienes que comprender que si tuviera cura, haría todo lo posible… Pero esto no tiene cura, y no quiero quedarme así…Faustina, madre de Mercedes

«Mi hija trataba de convencerme. Me decía: ‘Mami, tienes que comprender que si tuviera cura, haría todo lo posible, no pensaría en esto… Pero esto no tiene cura, y yo no quiero quedarme así… Lo que me quede quiero vivirlo bien, mami’. Era así. A veces se venía abajo. Y otros días, al ir a levantarla, le entraban ataques de risa y acabábamos muertas de risa las dos».

Hasta que fue empeorando y supo que había llegado el momento.

«Empecé a ir con mi hermana Mercedes al Hospital de la Candelaria para hacer todos los trámites. Para que quedara claro que era una decisión consciente, que no estaba siendo coaccionada. Todo muy bien hilado, un trato impecable. Íbamos cada 15 días para que le hicieran una nueva valoración. Entrevistas con ella, conmigo, evaluaban su estado de salud, todo… Al principio nos costaba hablar de esto, pero luego empezamos a entender su pensamiento. Creo que todos nos pusimos un poco en su piel… Lo que más ilusión le hacía era donar. Ese era su motor. Hasta que en el hospital nos dijeron que ya estaba, que habían dado el visto bueno para la eutanasia. Llegué a casa. Abracé a mi madre. Se lo conté mirándole a la cara. Que ya había día. Que todo iba a salir bien».

Aquellas últimas Navidades de 2021, Mercedes les propuso a todos vestirse de Papá Noel. La infantería familiar cumplió con su deseo de mejor o peor gana. En la foto están todos muy contentos. La que más, ella.

En mitad de las bombas, una mujer había ordenado la alegría.

LA ALEGRÍA

Dos del dos del 22.

Aquel fue un terrible y hermoso día.

Mercedes había elegido morir en esa fecha porque era el día de la Virgen de la Candelaria, la patrona de Tenerife.

Amanece en la casa materna de Charco del Pino. Es importante la frase anterior: porque será la última vez que lo haga.

Amanece y es su prima Isa quien le da el último baño. Amanece y es su madre, Faustina, quien le da el último desayuno: un batido de frutas. Amanece y es Mercedes quien elige su último vestido: una prensa estampada y alegre, unos zapatitos de color beige.

Amanece y se baña y desayuna y se viste, y es entonces cuando pide que le hagan la trenza que será cortada.

Yo pensaba: ‘Se va a arrepentir, seguro que en el hospital se va arrepentir y dice que no quiere la eutanasia’. Pero no se arrepintió…Faustina, madre de Mercedes

En el taxi que abre la comitiva hasta el Hospital de la Candelaria (Santa Cruz), viaja Mercedes con la prima Merchi y su amiga Esther. Detrás, tres coches donde van Faustina, sus hijos y el resto de familiares. Se tarda una hora. Llegan puntuales a las 11.00. La habitación donde es instalada Mercedes es enorme, luminosa, agradable.

«Mi hija estaba muy agobiada por si tenía coronavirus. Porque nada más llegar se la llevaron para hacerle la prueba. Si el test daba positivo, no podía donar nada. Así que no te puedes imaginar su alivio, lo contenta que se puso, su sonrisa, cuando le dijeron que había dado negativo«.

En el medio, postrada en la cama, Mercedes.

Y alrededor, los hermanos. Y los sobrinos. Y las amigas. Y Faustina, claro. No pueden estar más de 15 personas dentro al mismo tiempo, pero parecen 1.500. Les dicen que se tomen todo el tiempo del mundo. Y es lo que hacen. Son las doce, la una de la tarde, las dos.

«Reímos con boberías que contaba de cuando eran jóvenes. Decía: ‘Vamos a hacernos otra foto’. Y otra. Y otra. Siempre con una sonrisa. Estaba supercontenta mi hija… Yo pensaba: ‘Se va a arrepentir, seguro que ahora, aquí, en el hospital, se va arrepentir y va a decir que no quiere la eutanasia’. Pero no se arrepintió…».

Cada poco es medicada con la familia delante. Todos hacen como si nada. Hasta la última jeringuilla, sonríe. Cuenta su hermano que cada vez le cuesta más mantener los ojos abiertos. Cuenta su madre emocionada que el último gesto de su hija es el de levantar la mano y hacer así [la mueve], lo mismo que dices adiós cuando te vas.

Son las tres de la tarde.

Más que alguien que va a morir, Mercedes parece alguien que está lista para dar a luz.

DAR A LUZ

«Es bonito imaginar a esas personas que viven gracias a mi hija… Hay gente que me para por la calle porque sabe quién era ella y entonces me da un abrazo… Yo estoy muy orgullosa de todos mis hijos, pero lo que hizo ella… Siempre me decía: ‘Mi cuerpo estará muerto, mamá, pero va a estar vivo en otras personas’. Y gracias a eso vivo yo. Gracias al orgullo que siento por lo que hizo».

Lo dice con Scooby en brazos, el perro tiritando. La madre mirando a la montaña de San Luis, donde descansan las cenizas de su hija.

Porque lo que más claro tenía Mercedes Morales en la vida era la muerte.

«Hoy 2/2/2022 yo elijo morir (…). Poderlo hacer tranquila y dignamente, infinitas gracias (…). Siempre tuve claro, desde que me dieron el diagnóstico, que no me quedaría encerrada en un cuerpo inmóvil, sin poder hablar, respirando por una máquina y comiendo por una sonda. Admiro a los que aguantan hasta el final, porque yo no le encuentro sentido a la vida de esa manera, con tanto sufrimiento, ni quiero que mi familia pase por eso. Tengo unos órganos sanos y maravillosos que darán calidad de vida a algunas personas, háganse donantes, no cuesta nada, un poquito de empatía nunca viene mal para ayudar a otros que sí tienen esperanza. Hagan un testamento vital.

(…) No hay entierro ni misas, no creo en esas cosas, mi cuerpo se incinera y mi alma alza el vuelo, eso sí, manden buena vibra, no necesito más. (…) Vayan haciendo fila, nadie se escapa, tic, tac, aprovechen el tiempo, no se queden con ganas de nada».

FUENTE: https://www.elmundo.es/papel/historias/2023/11/29/65671b12e85eceb2528b45d7.html

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